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La epilepsia es una enfermedad cerebral crónica que se diagnostica cuando un paciente tiene una predisposición permanente a sufrir repetidamente crisis epilépticas no provocadas, con lo cual, sufrir una sola crisis no es suficiente para que se diagnostique la patología. La epilepsia es el tercer trastorno neurológico más frecuente en el mundo después de los ictus y las demencias.

Según la OMS, hasta 50 millones de personas podrían padecer esta enfermedad, de las cuales un 80% pertenecerían al mundo subdesarrollado. Por su parte, la Federación Española de Epilepsia (FEDE) estima que en nuestro país existen alrededor de 400.000 casos de esta patología.

La epilepsia puede estar causada por un trastorno médico, por una lesión que afecte al cerebro, o puede ser idiopática (desconocida). Algunos casos particulares que pueden dar lugar a que se desarrolle la epilepsia son las infecciones como la meningitis o la encefalitis, demencias como el Alzheimer, tumores cerebrales, o el uso de medicamentos como los antidepresivos.

En el cerebro hay miles de millones de neuronas que transfieren señales químicas y eléctricas. Las crisis propias de la epilepsia se producen cuando un grupo de estas neuronas producen una descarga eléctrica brusca, excesiva y repentina que interrumpe la actividad normal de las neuronas.

Antes de que esta crisis epiléptica tenga lugar, el paciente recibe un aviso sintomático en el cuerpo que le indica que va a padecer una crisis. A esta sensación se le llama aura, y se manifiesta a través de un gusto extraño en la boca, miedo, angustia, nerviosismo u hormigueo, entre otras posibilidades.

A pesar de que las crisis suelen tener lugar sin motivo aparente y de forma espontánea e inesperada, hay una serie de circunstancias y factores de riesgo que pueden precipitarlas en algunas personas. Entre estas circunstancias se encuentra la falta de sueño, el consumo de alcohol, drogas o determinados fármacos, los destellos luminosos en el caso de la epilepsia fotosensible, la fiebre y el estrés.

Los síntomas de la crisis dependerán de la parte del cuerpo que esté comprometida, y entre ellos pueden representar los siguientes:

– Breve desvanecimiento.

– Confusión.

– Espuma en la boca.

– Descontrol de los esfínteres.

– Espasmos musculares incontrolables.

– Detención temporal de la respiración.

– Alteración transitoria de la conducta.

Las crisis suelen tener una duración breve, que apenas comprende unos pocos segundos o minutos, aunque también pueden alargarse en el tiempo hasta llegar alrededor de los 15 minutos. Raramente se prolongan más en el tiempo.

El tratamiento de la epilepsia suele reducirse a medicación o cirugía. Para reducir las convulsiones y las crisis epilépticas se emplean unos fármacos denominados anticonvulsivos.

En ocasiones aparecen casos de epilepsia resistente al tratamiento de fármacos, y entonces se abre la puerta de la cirugía, que presenta dos opciones:

1- Extirpar las células anormales que causan las crisis.

2- Implantar un estimulador del nervio vago, que actúa de manera similar a un marcapasos y reduce la frecuencia de las crisis.

En principio, la epilepsia no tiene por qué afectar a la vida normal de la persona que la padece, aunque resulta conveniente que tenga unas precauciones especiales como no tomar alcohol, no bañarse sola en el mar o la piscina, proteger con espuma las esquinas de los muebles de su casa para evitar traumatismos, y evitar conducir.

Dentro del ámbito laboral, por lo general la epilepsia no supone un impedimento para que el paciente realice su trabajo de manera habitual, aunque es conveniente que los compañeros de trabajo estén al tanto de la enfermedad del paciente por si tuvieran que intervenir en una crisis.

De todos modos, hay casos en los que el paciente tiene ataques recurrentes de gran gravedad que pueden hacerle susceptible de una https://www.grupomedicodurango.com/perito-medico-incapacidad/.

Si la epilepsia aparece en el paciente durante el ejercicio de su profesión, no podrá ser despedido por ese motivo, sino que habrá que adecuar su actividad laboral a la enfermedad.

No obstante, es preciso indicar que una persona que sufre epilepsia no podrá desempeñar legalmente una profesión que pueda poner en riesgo la vida de los demás, tales como la de conductor de transporte público, piloto de aviones o helicópteros, controlador aéreo, cirujano, agente de seguridad con licencia para armas de fuego, militar profesional, funcionario de prisiones o títulos ferroviarios.

Existen otras profesiones que por la propia integridad del paciente no son recomendables: profesiones en alturas, buzo, trabajos de laboratorio con sustancias peligrosas, profesiones que impliquen la manipulación de explosivos, vigilante nocturno, profesiones que exijan el uso de maquinarias peligrosas, etc.

Los enfermos de epilepsia suelen tener problema para obtener un empleo debido al gran desconocimiento que existe sobre la propia enfermedad. No se tiene en cuenta que en la mayoría de los casos el tratamiento es efectivo. Además, cabe señalar que el absentismo laboral causado por la epilepsia es mucho menor que en otras enfermedades crónicas, como es el caso de las respiratorias.

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